En el Cristianismo, consideraban a los Ángeles como seres creados por Dios que actuaban como sus enviados, o mensajeros y están organizados en tres órdenes o Coros Angelicales.
Según las tradiciones de las diferentes religiones, los Ángeles son los primeros seres creados por Díos. Los Ángeles son seres etéreos, cuyos deberes eran, entre otros, y sobre todos, asistir, servir a Dios, así como ser los claros intermediarios entre lo Divino y los hombres. En el Judaísmo ya tenían la apariencia física de seres alados, y existían ángeles portadores “del bien”; y portadores de potencias malignas que encajaron de modo natural el nombre de “ángeles malos” o ángeles caídos, y por tanto servidores del mal, también conocidos como demonios. A lo largo de los siglos, los Ángeles judíos evolucionaron; se dice que tomaban formas de varones humanos y que podían ser confundidos con los hombres reales. Eran muy espirituales, y cumplían diferentes funciones; aparecían los Ángeles que solo servían a la divinidad, Ángeles mensajeros, Ángeles castigadores, etc.…
En el Cristianismo, consideraban a los Ángeles como seres creados por Dios que actuaban como sus enviados, o mensajeros y están organizados en tres órdenes o Coros Angelicales.
En el Cristianismo, consideraban a los Ángeles como seres creados por Dios que actuaban como sus enviados, o mensajeros y están organizados en tres órdenes o Coros Angelicales.
RAFAEL, por ejemplo, se sitúa siempre al frente cuando llegan los problemas de salud. Es el arcángel sanador por excelencia y a quien se debe invocar cuando algo esté fallando en nuestro organismo. Su nombre significa "Dios cura" o "el remedio de Dios". Custodia la salud de la humanidad. La fama le viene por el relato que aparece en el Libro de Tobías de la Biblia. En él se narra que Rafael, bajo la identidad de Azarías, se ofreció para acompañar e indicarle el camino a Tobías durante un viaje que tenía que realizar por encargo de su padre, enfermo de los ojos. En el camino, Tobías se acercó a la orilla del río Tigris para lavarse los pies y un pez enorme saltó del agua para devorarle. Rafael le dijo que cogiese al pez y le sacase la hiel, el corazón y el hígado porque eran medicinas excelentes. Intrigado por la respuesta de su acompañante, Tobías pidió que le explicase en qué consistía la medicina. Y el ángel le contestó: "Se queman el corazón y el hígado del pez delante de un hombre o mujer atormentados por el demonio o por un espíritu maligno y desaparece todo tormento para siempre. La hiel sirve de ungüento para las manchas blancas de los ojos; se sopla sobre ellas y se curan". Siguiendo las recomendaciones de Rafael, Tobías curó la ceguera que padecía su padre. El arcángel Rafael es, además, el protector de los caminantes y viajeros por esa compañía desinteresada que ofreció a Tobías durante su viaje.
Aunque los ángeles fueron creados en estado de felicidad y gracia para servir a Dios y a los hombres, se les dio la libertad para elegir entre el bien y el mal. Algunos se inclinaron por el mal y se convirtieron en ángeles caídos o malos, llamados también demonios; otros optaron por seguir cumpliendo con las funciones para las cuales habían sido creados, es decir, para hacer el bien. De estos últimos es de los que nos vamos a ocupar, de los ángeles sanadores del cuerpo y del alma, de los ángeles que transmiten buena energía, de los ángeles en los que nos podemos apoyar.
Nos olvidamos de la fantasía y de la magia, de aquellos personajes que saltaban de los cuentos y leyendas para apoderarse de nuestra mente infantil y vivir a nuestro lado experiencias inolvidables. Hadas, duendes, elfos, gnomos, ángeles... todos de alguna manera nos hacían soñar y con ellos nos sentíamos protegidos. ¿Quién no recuerda aquella oración a la hora de acostarnos?: "Cuatro esquinitas tiene mi cama, cuatro angelitos que me la guardan...". Y el sueño era tranquilo y placentero porque creíamos de verdad que aquellos cuatro angelitos nos custodiaban evitando que el mal se acercase.
Pero nos hicimos adultos y nos enrolamos en esa vorágine de la vida donde sólo las obligaciones, el trabajo y el trajín del ir y venir empezó a ocupar todo nuestro tiempo. Tal vez si echamos el freno y nos detenemos podemos recuperar aquella sensibilidad infantil y volver a vivir gratas experiencias con aquellos personajes y, ¿por qué no?, recuperar a nuestros ángeles custodios.
Pero nos hicimos adultos y nos enrolamos en esa vorágine de la vida donde sólo las obligaciones, el trabajo y el trajín del ir y venir empezó a ocupar todo nuestro tiempo. Tal vez si echamos el freno y nos detenemos podemos recuperar aquella sensibilidad infantil y volver a vivir gratas experiencias con aquellos personajes y, ¿por qué no?, recuperar a nuestros ángeles custodios.